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martes, 29 de junio de 2010

Carmen Conde


Carmen Conde Abellán (Cartagena, 15 de agosto de 1907 - Madrid, 8 de enero de 1996) fue una maestra, poeta y narradora española. En 1931 fundó, junto con Antonio Oliver Belmás, la primera Universidad Popular de Cartagena. Fue la primera académica de número de la Real Academia Española; pronunció su discurso de entrada en 1979.

Nace el 15 de agosto. En 1914, se traslada con su familia a Melilla y vuelve a Cartagena en 1920. Comienza a trabajar en la Sociedad Española de Construcción Naval Bazán. De estos años, son sus primeras publicaciones en la prensa local.

Estudia Magisterio. En 1927 conoce al poeta Antonio Oliver Belmás, que la asesora en esta etapa. Publica en las minoritarias revistas de Juan Ramón Jiménez, y su primera obra, Brocal, en 1929.

Se casan el 5 de diciembre de 1931 y, juntos, fundan la primera Universidad Popular de Cartagena.

En 1934 publica Júbilos, prologado por Gabriela Mistral.

Al estallar la Guerra Civil, Oliver se une al ejército republicano. Ella ha de renunciar a la pensión que había obtenido para estudiar las instituciones de cultura popular en Francia y Bélgica. Sigue cursos en la Facultad de Letras de Valencia y aprueba oposiciones a Bibliotecas.

Cuando acaba la Guerra, Oliver vive recluido en Murcia; Carmen se instala en El Escorial en casa de unos amigos. Los años 40 son literariamente muy productivos. Utiliza seudónimos, como Magdalena Noguera, Florentina del Mar y otros. Trabaja para la Editorial Alhambra, colabora en la Sección Bibliográfica del CSIC y en la Sección de Publicaciones de la Universidad de Madrid.

En 1953, recibe el Premio Elisenda de Montcada por Las oscuras raíces. Un año después, el Premio Nacional Simón Bolívar de Siena por Vivientes de los siglos. En 1956, el matrimonio gestiona la cesión al Ministerio de Educación Nacional del archivo de Rubén Darío. En 1961, ambos reciben el Premio Doncel de Teatro Juvenil, por el libro A la estrella por la cometa.

En 1967, a Carmen Conde, se le concede el Premio Nacional de Poesía por Obra poética.

Elegida Académica de la Real Academia Española en 1978, en la que ingresa un año después, se convierte en la primera mujer que logra este honor. Es nombrada Hija Predilecta de la provincia de Murcia, Hija Predilecta de la ciudad de Cartagena e Hija Adoptiva de La Unión.

En 1979, recibe el Premio Benito Pérez Galdós de Periodismo, el Premio Adelaida Ristori del Centro Culturale Italiano y el Título de Almirante del Estado de Nebraska. Se la nombra Académica Correspondiente de la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico.

En 1980,consigue el Premio Ateneo de Sevilla por Soy la madre; la entrega de llaves de la ciudad de Miami, varias adopciones por entidades culturales de Miami y New York. En 1987, el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.

Vive sus últimos años en una residencia de Majadahonda. En 1994 formaliza la donación de su legado cultural a su ciudad natal, Cartagena. Muere el 8 de enero de 1996 en Madrid.

Información obtenida de Cervantes virtual

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Ante ti


Porque siendo tú el mismo, eres distinto
y distante de todos los que miran
ese rosa de luz que viertes siempre
de tu cielo a tu mar, campo que amo.

Campo mío, de amor nunca confeso;
de un amor recatado y pudoroso,
como virgen antigua que perdura
en mi cuerpo contiguo al tuyo eterno.

He venido a quererte, a que me digas
tus palabras de mar y de palmeras;
tus molinos de lienzos que salobres
me refrescan la sed de tanto tiempo.

Me abandono en tu mar, me dejo tuya
como darse hay que hacerlo para serte.
Si cerrara los ojos quedaría
hecha un ser y una voz: ahogada viva.

¿He venido, y me fui; me iré mañana
y vendré como hoy...?; ¿qué otra criatura
volverá para ti, para quedarse
o escaparse en tu luz hacia lo nunca?

Carmen Conde


Historia

Este mar es un mar arracimado
en dos brazos de tierra, clamorosos
de jaloque y leveche...; es un espeso
vino viejo de sales y de yodo.

Es un mar para jóvenes intactos;
y es un mar para seres que ya saben
lo que el mar lleva en sí, desde la tierra.
Es un mar sin jinetes, no galopa.

Y este olor de milenios a que huelen
sus orillas de pinos y palmeras,
es del mar sobre el mar: es ya celeste
como manos de arcángeles quedadas.

¡Oh su luz y su son, sus grandes nubes
que el levante desprende de los cielos
y que vuelca en el campo, como ríos
que regresan de Dios, el mar de bronce!

Carmen Conde


Incorporación a tu esencia

Densísimo, que sin moverme apenas
dentro ya de ti, sostienes mi andadura
cargada de pesantez.
No solamente tierra en declive me soportas,
sino edades: milenios, como los tuyos,
flotamos en ti... Suave y tiernamente
me llevas en mediodías
inacabables de sol.

Para aliviarme de este peso de mí
entrego a tu densor fabuloso
completa inmovilidad. Y ando.
Ando sobre tus lienzos crujientes de algas,
por tu zafiro líquido, por tu derramada esmeralda,
como por el puro mármol azul del cielo.

¡Alta galería quieta de tu firmamento,
acercándoseme íntegra!
¡Ojos los míos que se abren ciertos
dentro de ti; videntes de ti, tuyos
y realizados ojos de la inmortal espera!

Carmen Conde


Comprobación

Te sigo, con la nostalgia de siglos
que no fueron ni serán míos...
¡No tener una edad inacabable para quererte!
Permanecer a tu orilla como a la de un joven
que corre hacia sus límites, mi limitado hoy.

No tuve ni tendré una eternidad de ti.
Un minuto tuyo soy, y ello me duele tanto
que sufro al amarte, y te daría
más tierra de mí, quedándoteme.

Sí. Te contemplo y oigo. Huelo tu simiente
y, pobre Sarah que soy no te devuelvo
lo que me vienes a dar.

Carmen Conde



Redimidos por el mar

Quieta, porque te miro siempre, hasta durmiendo,
veo a los otros llegar hasta ti
quitándose sus vestidos diferenciantes,
y penetrando en tu pulpa sostenedora...

¡Si no esperara el milagro, lloraría!
Pero el milagro es siempre, porque los bruñes
y pules como a pedazos de piedra, y fúlgidos
ostentan desde tu luz la propia lumbre.

Hermosos, son hermosos los que te incorporas.
Criaturas que deslumbran, por tu contacto.
Hombres y mujeres recién hechos,
perfectos de carne y de alma, destellando
sobre tu propio destello.

¡Alegría de que vengan aquí los míseros
de belleza, los lentos de la tierra, los torpes
y los sanos! ¡Alegría para mis ojos, tus dos fuegos,
que se salvan, por el milagro tuyo,
-¡oh mar piadoso y mío!-
que vuelve de oro al plomo y al barro!

Carmen Conde

Pacto

Pactemos, mi mar.
Corrobórame íntegro el pacto.

Cuando me vaya a la selva de casas
y de acuciantes urgencias anónimas,
has de acudir, tal y como te veo,
apenas mi corazón desmaye,
levantándome ante mí, arcangélico azul inmenso,
bañándome el duro mundo de mi contorno humano.

Y por las noches de ti, apenas callen
sus extensos rumores pinar y viento,
has de evocarme tú, has de escucharme,
diciéndote:
¡quisiera yo ser eterna, sólo por verte!


Carmen Conde


Luna en el Mar Menor

Estamos todos callados escuchándote que hables
y aunque no entendemos todos, tú nos va enumerando
tan viejos misterios tuyos, hueso puro de la vida
que el sol consume incesante al costado de tu voz.

Es una historia del padre y es viva historia del hijo
la que influye tu oleaje, ardiente espesa palabra
cubriéndonos con la espuma de frenética saldumbre;
o con la calma, flotando como el color de la luz.

Hueles y sabes molusco, amargas ola, traspasas
empujón dulce que invades como un amor...;
¡que mareas como una altura, que hiendes
como una espada de luna...!

Cerramos todos los ojos. ¿Quién es el que viene andando,
que apenas pisa las olas...?
¿Quién multiplica la pesca y arrebata muchedumbres?
¿Eres un mar, o aquel lago que secó el sol de la ira?
¿Eres el mar, o un espejo que del cielo ha descendido
para que nosotros, tuyos, queramos soñar el mar?

Luna de ti, la vibrante y pronta pisada luna,
¡en estas noches de espera goteando van las barcas
en un camino que sigue fuera del mundo, mar mío!
Luna de setiembre, última,
ya no impávida ni ajena,
¡en este misterio roto de tu distancia...!

Cuéntanos del mar; si puedes, luna, contarnos
cómo hicieron este mar:
si a la vez que tú, si antes;
si cuando abriste tu cáliz estaba ya aquí,
mirándonos...
Si fue después cuando oíste
el rumor de su estallido... Cuéntanos.

Estamos quietos, oyendo
debajo de luz; callados
y temblorosos de luz!
¡Tan cerca estamos del mar y de ti,
callada luna!

Carmen Conde


Aunque te diga No, empéñate en Sí...

Aunque te diga No, empéñate en Sí,
y si te empujo, procura tú vencerme.
Así que te rechace de mi vida
azotará mi espíritu el perderte.
¡Intuyo que una hoguera tan perfecta
nunca nadie podría ya encenderme...!
Y es duro y es cruel que yo batalle
quitándote de mí. Resueltamente
cortándome de ti, para librarme
de este sordo luchar en que me vences.

Sólo pienso en ti. Repito tu presencia
en un continuado nacer de tus palabras.
Imágenes que son imágenes ya fijas
de tanto recordarlas me turban y enloquecen.
Te veo como un día que fuiste una brevísima
criatura sorprendida por labios repentinos.
Te veo en alta noche, temiendo que tus ojos
mintieran por amor que era yo la que buscabas.

Oh, cómo te contemplo, oh, cómo te persigo;
das vueltas en el aire en rueda que no para!
Yo sólo pienso en ti. Te odio. Te deseo.
Libértame de verte en todo lo que miro;
auséntame de ti, martirizante imagen,
¡que te ven en mis ojos anhelantes, los ciegos!

Tus ojos son las fuentes donde beben los tigres,
que cuando tienen sed no respetan las selvas;
y arrancan, mientras rugen, esas flores sencillas
que entre el romero mueven su poderoso olor.

A tus ojos se vuelcan las entrañas del monte,
y por nacer en ellas, oh, líquido delgado,
consienten que las lenguas vellosas de las fieras,
lamiéndolos con furia, sequen ríos de ojos.

Tanto como el romero florido, cuyo aceite
persistirá en la piel de los fieros sedientos,
huelen cortas raíces y esbeltos anticipos
de las flores oscuras del secreto deseo...

La luna se deshoja como un ave en tu agua.
A los tigres con celo esa luz los persigue
como loco fantasma de una caza suprema
que en el río, tus ojos, es posible alcanzar.

Tengo frío ante ti. Porque fuentes tan frías
no se encienden sin ángel que su calor otorgue.
Y ese ángel que a ti, a tus charcas bajara,
no lo oigo cantar ni lo siento fluir.

¡Ah, tus tigres con sed! Déjalos que nos beban,
y cuando ya mi boca reseca se deshaga,
suéltalos sobre mí, no detengas su ataque:
¡para tus fieras tengo una cierva en mi cuerpo!

Dejarte perder me duele, porque duele en la tierra
que una raíz se seque sin romperse en el tallo
y alumbrar en la flor, para que el aire sepa
lo que la tierra sabe, porque tuvo raíces.

Resignarme a que fluyas por otros cauces, me duele;
porque yo soy un cauce del grueso de tu fuente.
Y para correr en otros tendrás que derramarlos
o que volcarte hondo, rompiéndolos por dentro.

Es que soy tu medida, es que ninguna tierra
será capaz de darte lo que yo te daría,
si en lugar de negarme a que germines, corras,
yo
te hiciera mi agua, calentara tu grano.

¡Qué delirio de fuerza que se opone a tu empuje;
qué frenética para que no quiere cedérsete!

Carmen Conde








































































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